Tan poca razón llevaban esos gerentes (un tal Rodrigo y otro joven con aires de 'Duque' pegado a un pinganillo) que ni siquiera el portero estaba de acuerdo con el desalojo que le obligaron a realizar, como confesó después en privado. ¿A quién se le ocurre tratar así a un grupo de clientes sólo por dar un par de botes en la pista y cantar en alto "cumpleaños feliz"? Seguramente otro gallo habría cantado si hubiera estado presente el dueño de la sala, porque ninguno de aquellos dos lo era. O si al menos hubiera mediado algún jefe con sentido común, educación y cierta visión de negocio.

Desde luego, alguien razonable no habría permitido que la situación se le fuera tanto de las manos como para que tuvieran que llegar dos policías municipales a exigir las hojas de reclamaciones. Ni tampoco se habría atrevido a intentar restringir la entrada a otro grupo diferente de clientes debido a su aspecto y delante de esos mismos agentes.
¿Qué se puede hacer en un caso así aparte de ir a Consumo y no volver a pisar ese bar?
FUENTE: ElMundo
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