Para Don Baltasar Gil Imón de la Mota, Fiscal del Consejo Supremo de Castilla y Gobernador de Hacienda, no era la mayor carga de su vida la de ir a todas partes con un título tan largo cargado sobre sus espaldas, sino la de tener y aguantar en casa a una y mujer y tres hijas de lo más pijo de la Corte. Adelantadas en tres siglos al mayo del 68 en cuanto tuvieron noticia de la prématica, exclamaron aquello de ¡prohibido prohibir! y decidieron rebelarse, por lo que vistiendo sus mejores y más costosas galas se marcharon en el coche familiar al Prado, que era el sitio de lucimiento de la Corte, y una vez allí, no conformes con la sola ostentación de sus galas, organizaron una suerte de mitin donde pusieron como no digan dueñas a su majestad, nuestro señor, Don Felipe III, cosa muy mal vista en las monarquías absolutas de entonces. Se presentaron los alguaciles a poner orden y como las niñas se rebelasen y por ser vos quien sois, dejaron marchar a las polluelas y a la gallina madre que retornaron sanas y salvas a la casona familiar, todas ellas reflejando en su rostro la satisfacción del deber cumplido y la excitación que da el haber hecho algo prohibido. Pero ¡ay de ellas! Allí las esperaba Don Baltasar hecho una fiera, pues ya había llegado a sus oídos la trastada, y después de un fenomenal rapapolvos les impuso a todas el castigo de no volver a salir a la calle si no era vestidas de ¡monjas! Y así fue: desde aquel día vistieron ropa monacal.
Pero solo por esto quizá no hubieran merecido pasar a la historia, como sí pasaron por dejar un importantísimo legado cultural a los españoles todos. Como ya hemos dicho las niñas eran lo más del pijerío madrileño y harto tontinas. Por su cargo Don Baltasar era invitado a multitud de actos y saraos donde acudía siempre acompañado por las pijas, o “pollas” en el lenguaje de la época. Una vez allí D. Baltasar departía animadamente con los próceres de la actualidad, y, mientras tanto, sus pollitas iban a ocupar algún asiento que descubrieran desocupado, a esperar a que algún pollo (en masculino) se les acercase, cosa siempre poco probable dado lo insufriblemente tontainas que eran.
-¿Ha llegado ya Gil? – preguntaba alguien.E invariablemente alguien respondía:
-Sí, ya ha llegado Gil y, como siempre, viene acompañado de sus pollas.
Hasta que por economía de lenguaje la cosa terminó con un:
-Sí, Gil y pollas.
O Gil e hijas que hubiéramos dicho hoy. El caso es que Gil y pollas acabó convirtiéndose en gilipollas y dado el carácter tontín de las polluelas se acabó por usar el neo-palabro para referirse a la tontuelidad inconsciente, cualidad de tonto que no sabe que lo es, o sea lo que llamamos tonto de culo o más modernamente tonto de bici. Impagable legado el que hemos de agradecer los españoles a estas tontainas: una palabra recia y rotunda que nos permite definir con toda precisión a ese mismo en el que estáis todos pensando, y que de no existir nos obligaría a usar un montón de palabras para hacerlo.
FUENTE: LaDruida
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