Se supone que cuando soplamos hacía una parte del cuerpo, lo que estamos haciendo es refrescar la parte soplada. Básicamente, al soplar favorecemos la evaporación de la piel, ya que el sudor nos enfría cuando se evapora. En este caso al soplar encontramos una evaporación más rápida del agua de nuestra piel y, por lo tanto, alcanzamos temperaturas más frías en esa zona.
Sin embargo vivimos en un océano de aire y el aire también forma parte de nuestra piel. Es lo que se denomina la “capa límite” de la piel y realmente es la capa que nos aísla del medio. Simplemente se trata de una zona de aire de milímetros atrapada entre los poros en la que la temperatura cambia desde la exterior hasta la interior de nuestro cuerpo y que surge por convección siempre que tenemos dos medios materiales en contacto a distintas temperaturas.
Es la capa en la que se produce la transición térmica, pues a la naturaleza no le gusta que haya cambios bruscos de temperatura sin una interfaz de transición. En una termografía aparece rodeando nuestro cuerpo en azul.
Cuando hay viento o soplamos muy fuerte, la resistencia térmica de la capa límite es menor, el aire se la lleva y se hace más fina; por tanto la temperatura de la piel está más cerca de la temperatura exterior (recuerden a los meteorólogos diciendo eso de que “la sensación de frío es mayor siempre cuando hace viento”).
Pero si se realiza el mismo soplido en una sauna caliente, en vez de lograr alivio lo que se puede sentir es la zona dolorosamente ardiendo, porque el soplido impide formar una capa límite lo suficientemente gruesa que nos aisle, estando permanentemente en contacto más directo con el aire caliente que nos impacta desde los pulmones de la persona que sopla, permitiendo también que el calor de la sauna llegue a nuestro cuerpo de manera más directa.
Para colmo, el aire en una sauna está totalmente saturado y la evaporación no puede producirse para enfriarnos. Y si soplamos, la fricción del aire en movimiento en vez de un placentero sana-sana lo único que hace es aumentar el calentamiento de la piel de destino, como si le pasáramos con una lija muy fina. Hasta tal punto de hacernos quemaduras si uno continúa con el soplido.
Este efecto también explica por qué en los días de verano con mucha humedad sentimos más temperatura que la que realmente se está registrando, ya que que nuestro cuerpo no puede refrigerarse a través de la evaporación de la transpiración.
Así que si alguna vez se te ocurre “soplar” a alguien en una sauna de manera continuada, a lo mejor deberías pararte a pensar que quizá sea menos doloroso azotarle directamente con ramas de abedul. Porque más que un refrescante placer, lo que le regalarás será una quemadura de padre y muy señor mío.
FUENTE: Yorokubu
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