Minutos después de iniciarse la cremación de la mujer obesa, la cámara empezó a recalentarse y aunque los trabajadores desenchufaron inmediatamente la maquinaria, un humo negro procedente del filtro empezó a extenderse por la instalación. Los bomberos que acudieron a extinguir el fuego salieron cubiertos de una capa de grasa negra, como de alquitrán, procedente del cadáver de la difunta. Además, los bomberos las pasaron canutas para poder apagar el fuego por culpa de la gruesa capa de aislamiento que recubría las paredes del crematorio.
El problema reside, explica Nieves Concostrina en Polvo Eres (RNE), en que “la grasa es un combustible de lo más incendiario, y cuando se ha quemado el cuerpo, ésta sigue ardiendo, y no es fácil apagarlo”. Cualquiera que haya hecho una barbacoa sabe con qué facilidad prende la grasa de las chuletas.
El jefe de bomberos de Graz, Otto Widetscheck, que participó en la extinción de las llamas, recriminó a los empleados de la funeraria por “quemar automáticamente cualquier cuerpo que les llega”. Según el bombero, los cadáveres con sobrepeso deberían ser enviados a una instalación especial, en Berna.
Ante la creciente talla de los difuntos, crematorios de Suiza, Australia y Gran Bretaña han habilitado hornos de tamaño especial para incinerar estos cuerpos, un crecimiento que ha ido paralelo al aumento de los ataúdes. En Inglaterra se han instalado “cientos de hornos crematorios con bocas más grandes” para poder quemar holgadamente a los muertos, cada vez más gordos, informa Gordos.com.
El problema de los difuntos obesos también es extrapolable a los cementerios, donde los ataúdes, nichos y tumbas XXL son cada vez más habituales. La asociación de enterradores australiana se quejaba recientemente de que muchos féretros no pueden bajarse a la tumba con cuerdas, y hay que recurrir a maquinaria. Pesada, claro.
FUENTE: República Insólita
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