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Universitario se gana la vida como espantapájaros humano

miércoles, 10 de octubre de 2012 en 10/10/2012 01:23:00 p. m.
El mercado laboral no sólo está chungo en España. Un joven inglés de 22 años, graduado en música por la Universidad de Bangor, se gana la vida como espantapájaros humano en un sembrado de colza en Norfolk. Ataviado como se aprecia en la foto y “armado” con un ukelele y un cencerro, Jamie Fox se levanta un sueldo que más quisieran muchos españoles: 1.200 euros al mes.


El agricultor William Youngs, patrón de Fox, decidió recurrir a un espantapájaros de carne y hueso tras ver cómo los de trapo no lograban espantar a las perdices, ávidas devoradoras de las semillas de colza que, para las perdices, “están tan sabrosas como un filete”. El joven Fox acude cada día a su puesto de trabajo pertrechado de un mp3, un par de libros y un ukelele, instrumento que está aprendiendo a tocar en sus largas jornadas. De vez en cuando, las aves aparecen por el sembrado y se tiene que levantar de su silla plegable a espantarlas: “El ukelele no surte ningún efecto -cuenta- así que utilizo un cencerro y un acordeón”.

La soledad y el frío cuando sopla viento del norte son las principales desventajas del inusual desempeño del inglés, según reconoce Fox, que sólo tiene la compañía de un paseador de perros y del propio granjero, que de cuando en cuando se acerca a hacerle una visita. De todos modos, el joven licenciado no quiere dedicarse a espantar perdices toda la vida. El sueldo que se lleva ahora le sirve para costearse un viaje a Nueva Zelanda que tiene planeado hacer en cuanto reúna la panoja. No obstante, “algunos amigos con trabajos “serios” envidian que disponga de tanto tiempo y que trabaje al aire libre”, subraya Fox.


Mientras Fox toca el ukelele, su jefe se lamenta de la voracidad de los pájaros y de lo dura que es la vida en el campo: “Las malditas perdices adoran la soja. Se comen las hojas y dejan los tallos pelados. Hace un par de años perdimos 12 hectáreas de cosecha, varias toneladas de producto arruinadas. Colocamos muñecos para espantarlos pero las perdices no picaban: se iban y volvían al rato, seguras de que se trataba de una vulgar estratagema”. Desde que el chaval está en el campo, las aves han dejado de molestar: “Jamie está haciendo un buen trabajo”, se congratula su empleador.

FUENTE: República Insólita
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