El agricultor William Youngs, patrón de Fox, decidió recurrir a un espantapájaros de carne y hueso tras ver cómo los de trapo no lograban espantar a las perdices, ávidas devoradoras de las semillas de colza que, para las perdices, “están tan sabrosas como un filete”. El joven Fox acude cada día a su puesto de trabajo pertrechado de un mp3, un par de libros y un ukelele, instrumento que está aprendiendo a tocar en sus largas jornadas. De vez en cuando, las aves aparecen por el sembrado y se tiene que levantar de su silla plegable a espantarlas: “El ukelele no surte ningún efecto -cuenta- así que utilizo un cencerro y un acordeón”.
La soledad y el frío cuando sopla viento del norte son las principales desventajas del inusual desempeño del inglés, según reconoce Fox, que sólo tiene la compañía de un paseador de perros y del propio granjero, que de cuando en cuando se acerca a hacerle una visita. De todos modos, el joven licenciado no quiere dedicarse a espantar perdices toda la vida. El sueldo que se lleva ahora le sirve para costearse un viaje a Nueva Zelanda que tiene planeado hacer en cuanto reúna la panoja. No obstante, “algunos amigos con trabajos “serios” envidian que disponga de tanto tiempo y que trabaje al aire libre”, subraya Fox.
Mientras Fox toca el ukelele, su jefe se lamenta de la voracidad de los pájaros y de lo dura que es la vida en el campo: “Las malditas perdices adoran la soja. Se comen las hojas y dejan los tallos pelados. Hace un par de años perdimos 12 hectáreas de cosecha, varias toneladas de producto arruinadas. Colocamos muñecos para espantarlos pero las perdices no picaban: se iban y volvían al rato, seguras de que se trataba de una vulgar estratagema”. Desde que el chaval está en el campo, las aves han dejado de molestar: “Jamie está haciendo un buen trabajo”, se congratula su empleador.
FUENTE: República Insólita
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