Las verdaderas razones por las que la férrea censura no permitió su proyección eran la descripción valiente pero muy cruda de algo que ocurre especialmente en los pueblos más pobres del norte del país de las sonrisas. La venta de niños por parte de sus padres a los proxenetas para su explotación sexual debido a la miseria total y la pobreza más absoluta. Es algo sabido pero de lo que nos es políticamente correcto hablar. Ocurre aquí, en Laos, en Birmania y en Camboya donde vender un hijo es una solución temporal para poder comer.
Sakamoto, laureado director japonés, se ha atrevido a tocar un tema que todo el mundo prefiere ignorar, desde las altas esferas hasta el ciudadano de la calle. No somos críticos de cine por lo que no podemos hablar de los posibles méritos artísticos del film. Fue presentado en festivales internacionales de la Republica Checa y Hawai, donde no ha sido muy bien acogido. Su retirada a última hora del de Bangkok causó una polémica que hizo que fuera un éxito de taquilla en Japón al proyectarse en más de 100 cines.
La sinopsis del film trata sobre la venta de niños pre púberes para surtir los burdeles de pedófilos; muchos acaban muriendo de sida y algunos son asesinados en una mesa de operaciones para extraerle sus infantiles órganos para un trasplante. La descripción con carácter documentalista de esta degradante historia pone literalmente los pelos de punta al espectador. Llegamos a olvidar que es ficción sabiendo que lo que vemos en la pantalla está basado en hechos reales como describe la novela Sangre y huesos del escritor coreano afincado en Japón Sogil Yan. Junji Sakamoto ha dirigido la película contando con algunas de los mejores estrellas del cine japonés.
El crítico del Japan Times Mark Schilling dijo de esta película que era mucho más que Lolita pero demasiado fuerte para aguantarla. Una crudísima descripción de la pedofilia pero en ningún momento pornográfica. Las escenas de los niños prisioneros tras las rejas de los burdeles, torturados porque el cliente pedófilo no ha resultado satisfecho y se ha quejado, son muy difícilmente soportables para un espectador sensible.
En la película, un periodista japonés en Bangkok quiere investigar los ilegales transplantes de órganos de niños a pacientes japoneses. Una oscura fuente le informa de que los órganos que se transplantan no proceden de niños víctimas de accidentes sino que pertenecen a niños sanos que morirán en el mismo quirófano. Así, asistimos a la compra de una niña de unos diez años por un intermediario y como ésta es esclavizada en un burdel para pederastas occidentales. En una ONG de Bangkok, que trabaja para rescatar niños de los burdeles, el reportero acude para obtener información y conoce a una joven cooperante también japonesa ansiosa por salvar a los pobres niños prostituidos.
El mismo reportero visita a los padres del niño japonés al que le transplantaran un corazón en Bangkok previo pago de 50.000 dólares. Mientras, en los burdeles se "suprime" a los niños que enferman de sida tirándolos literalmente a la basura envueltos en body bags y a la vez se busca entre los niños aún sanos el que sea compatible para el transplante. La llegada al hospital de la niña escogida para sacarle el corazón, vestida de fiesta y prometiéndole golosinas es uno de los momentos con más carga dramática del film. Los padres del pequeño japonés que podrá vivir con un nuevo corazón ya han llegado al mismo hospital con su hijo en brazos.
Desgraciadamente no esperamos que este film llegue a los circuitos europeos. Suponemos a los exhibidores poco interesados en los problemas que descarnadamente expone. Pero la venta de niños, la prostitución infantil, la pedofilia, la venta ilegal de órganos mueven millones de dólares especialmente en Asia. El tremendo problema existe y es real y sus protagonistas infantiles lo siguen sufriendo en este mismo momento en que el lector está leyendo este artículo. La prohibición de exhibir esta impresionante obra cinematográfica en el 'Festival de Bangkok' no es más que el querer esconder la basura debajo de la alfombra. Ojos que no ven corazón que no llora pensarían los sumos sacerdotes de la censura para protegernos de esta cara tan fea de la realidad en el siglo XXI.
FUENTE: LaVanguardia
0 frikicomentarios