1. ‘Yesterday’ (John Lennon/ Paul McCartney)
Así nació: El récord Guinness a la canción con más versiones nació sin el más mínimo esfuerzo. Una feliz mañana de 1965, Paul McCartney se levantó en un hotel parisino con la melodía entre los labios, y le pareció tan redonda que tardó tiempo en persuadirse de que no la había escuchado antes en ningún sitio. Más difícil resultó la letra: cuenta la leyenda que, durante días, su autor canturreaba como primer verso “scrambled eggs, oh baby, how I love your legs” (“Huevos revueltos; oh, cariño, cómo me gustan tus piernas”). La inspiración literaria no le llegó a sir Paul hasta el 27 de mayo de 1965 en Portugal, durante un viaje de cinco horas en coche entre Lisboa y Albufeira. Paul se aprestaba a pasar unos días de vacaciones junto a su chica de aquel entonces, Jane Asher, en una casa que les había prestado el guitarrista de los Shadows, Bruce Welsh. La idea del cuarteto de cuerda y los arreglos son gentileza de George Martin. Pero, por una vez, los Beatles no eran pioneros: Buddy Holly ya había recurrido a arreglos de cuerda mucho antes, con sus éxitos de 1958 It doesn’t matter anymore y True love ways.
Las mejores lecturas: La primera versión alternativa de Yesterday la rubricó el baladista Matt Monro en 1965, cuando aún apenas se había dado a conocer el original de los Beatles. Pero la lectura que más adhesiones ha suscitado es la que el maestro Ray Charles llevó a los primeros puestos de las listas de soul en 1967. La recreación era soberbia, aunque sobre ella pese la losa de que a John Lennon nunca acabó de convencerle. Así las cosas, ofreceremos la alternativa de Marvin Gaye en 1970, una adaptación libérrima y abrasiva de pura pasión. O las de Smokey Robinson & The Miracles, Elvis Presley, Chris Farlowe y, claro, Frank Sinatra.
Visiones insólitas: Lo malo de las melodías tiernas y melancólicas es que las pueden terminar grabando personajes como Michael Bolton o Richard Clayderman. Tal ha sido el caso, por desgracia. También existen versiones latinas más o menos delirantes (Los Diplomáticos de Cuba, los mexicanos Vaquero’s Musical...) y una lectura en castellano que perpetraron Boyz II Men con el siguiente arranque: “Yesterday / Hoy me siento lejos del ayer / Tantas cosas han cambiado que / quisiera estar en el ayer”. En fin...
A continuación, la discutible interpretación de Michael Bolton.
2. ‘Georgia on my mind’ (Hoagy Carmichael)
Así nació: El bueno de Hoagland Howard Carmichael, actor, intérprete y baladista, ya había compuesto piezas tan ineludibles en la historia del Tin Pan Alley (o jazz vocal) como Stardust cuando, en 1930, empezó a diseñar al piano la melodía superlativa de Georgia on my mind. Perezoso, como siempre, con la parte literaria, Hoagy encomendó la letra a un amigo banquero afincado en Nueva York, Stuart Gorrell. El estado de Georgia aprovechó la inmensa popularidad de la canción para proclamarla, en 1979, su himno oficial. Sin embargo, parece casi seguro que el tema aludía a la hermana del compositor, Georgia Carmichael.
Las mejores lecturas: Ya en 1931, el saxofonista de jazz Frankie Trumbauer consiguió un éxito instantáneo con Georgia on my mind, que también pasaría por manos y voces tan distinguidas como las de Louis Armstrong, Django Reinhardt, Billie Holiday, Willie Nelson, Tom Jones, The Band o James Brown. Poco conocida y fascinante es la interpretación que un adolescente Steve Winwood registró para el Spencer Davis Group en 1965. Van Morrison la grabó, por fin, en Down the road (2002), después de haberla hecho suya en muchos conciertos. Pero la versión por antonomasia vuelve a ser la del añorado Ray Charles, que obtuvo por ella tres premios Grammy y, encima, era natural de Georgia. Ray la inmortalizó en Nueva York, en apenas cuatro tomas –él solía invertir entre diez y doce para cada tema– y con Ralph Burns como responsable de los arreglos orquestales. La idea de grabar la canción partió del chófer de Charles, que se la había oído tararear en sus viajes por toda América.
Visiones insólitas: Las Georgias más pintorescas provienen del mundo del cine. En la cemonia de los Grammys 2005–en la que Ray obtuvo ocho estatuillas por el póstumo Genius loves company–, Alicia Keys interpretó la canción en compañía del actor Jaime Foxx, que pocas semanas después obtendría el Oscar por su papel de Ray Charles en la biográfica Ray. Más curioso aún resulta escuchársela al actor Jack Lemmon en su disco Piano & vocals, de 1990. Lemmon ya había hecho sus pinitos musicales a finales de los 50, en la época de Con faldas y a lo loco, y, vaya, no lo hacía mal...
Aquí os dejamos la versión del gran Ray Charles, en 2000:
3. ‘My way’ (Claude François/ Paul Anka)
Así nació: La canción que el mundo entero identifica con Frank Sinatra nació en 1967 en lengua francesa con el título de Comme d’habitude (Como de costumbre). Era una historia malévola sobre el hastío de la vida conyugal que escribió Gilles Thibaut y a la que pusieron música Jacques Revaux y uno de los personajes más populares de la Francia ye-yé, Claude François. Más de uno pensó que aquella historia constituía una cruel venganza del seductor Clo-Clo hacia la cantante France Gall, con la que había compartido lecho. A los pocos meses, el canadiense Paul Anka (el de Diana) escuchó la canción en la tele francesa, se enamoró de la melodía y la transformó al inglés en una historia de orgullo y reivindicación personal. Perfecto para un personaje de vida disoluta como el amigo Sinatra.
Las mejores lecturas: Sinatra ha sido el gran catalizador, qué duda cabe, de esta canción ideal para voces con mucho temperamento. El 12 de abril de 2004, coincidiendo con el 35 aniversario de su grabación, la editorial Warner promovió la difusión simultánea del tema –en cualquiera de sus versiones– a través de 35.000 emisoras y anunció que My way era el tema más radiado de la historia. Pero cualquiera sabe: cinco años antes, la sociedad estadounidense de derechos BMI había dicho lo mismo de You’ve lost that lovin’ feeling, de los Righteous Brothers. Otras lecturas ineludibles de My way incluyen la de su autor anglófono, Paul Anka (solo o con Julio Iglesias), Tom Jones, Nina Simone y, claro, Elvis Presley.
Visiones insólitas: Lo más pintoresco de todo es constatar que un jovencísimo David Jones (Bowie, para entendernos) también asumió la adaptación al inglés de Comme d’habitude y así dio forma a Even a fool learns to love [Hasta un tonto aprende a amar], una versión en la que un chico jocoso disimula su debilidad por la chica guapa del grupo. Existe una grabación en la que se escucha a Bowie canturrear su frustrada lectura sobre el vinilo original de Claude François. Por lo demás, My way ha certificado una maleabilidad casi camaleónica, con lecturas de punk desaforado (Sid Vicious desquiciadísimo, ya en solitario tras la disolución de los Sex Pistols), raï argelino (en la famosa reunión de los tres grandes del género, Khaled, Rachid Taha y Faudel), rap (Jay-Z), belcanto (Los Tres Tenores) o lolailo puro, con los Gipsy Kings a dúo junto a ¡Joan Báez!, en clave de rumbita. Desde luego, la lectura de los vigueses Piratas tenía mucha más enjundia que todo eso.
La versión de My way de los Piratas (¿se acordará Iván Ferreiro?) tiene hasta vídeo. Aquí lo podéis ver:
4. ‘(I can´t get no) Satisfaction’ (Mick Jagger/ Keith Richards)
Así nació: De nuevo, nada como los brazos de Morfeo para esperar la llegada de la inspiración. Y de nuevo, el mítico 1965. En mitad de una noche de mayo, Keith Richards se despertó en el hotel Fort Harrison de Clearwater (Florida) con las palabras “can’t get no satisfaction” y el famoso acorde de guitarra en la cabeza. Resguardó la idea en una casete y luego siguió roncando. Jagger remataría la jugada con un texto rebelde e inconformista, crónica generacional de frustraciones sobre la vida moderna, la carretera, el sexo y los medios de comunicación. La combinación de música, letra y guitarra distorsionada era dinamita pura, pero Richards no las tenía todas consigo: sospechaba que su subsconciente onírico se había limitado a combinar el acorde de Dancing in the street (Martha & The Vandellas) con una línea del viejo tema 30 days, de Chuck Berry, que dice “I don’t get no satisfaction from the judge”. Por todo ello, Satisfaction sólo se publicó en un primer momento en Estados Unidos y tardó tres meses en llegar a las tiendas de Londres.
Las mejores lecturas: Sin duda, la más memorable es la que Otis Redding llevó al éxito a principios de 1966 con una rutilante sección de metales; curiosamente, la idea original de Keith Richards que el resto de los Stones se encargaron de abortar. Devo firmaron una espasmódica versión tecno-new wave en su disco Q: Are we not men? A: We are Devo! (1978), bajo la producción de Brian Eno. Y el punk sacó todo el partido a la furia del original, sobre todo en manos de The Residents, que la recrearon en un sencillo vanguardista de puro ruidoso.
Visiones insólitas: La inmensa cantidad de dinero que esta canción generó en derechos de autor a Jagger y Richards también ha tenido procedencias con tan poco pedigrí rockero como Samantha Fox, que la grabó en su debú (1987) en la clave disco-chis-pom de sus productores Aitken/Scott/Waterman. Y no ha sido la única rubia abducida por la canción: hace unos años, Britney Spears también la incluyó –vaya por Dios– en su disco Oops! I Did It Again. Pero la insatisfacción femenina más racial es morena y mexicana. Se trata de Alejandra Guzmán, la hija del rockero primigenio Enrique Guzmán, que en su disco Dame tu amor grabó Satisfacción con rimas como “no me doy por satisfecha / y no quiero consentir / que te burles tú de mí”, o “no me doy por satisfecha / que te planto es un hecho”. En efecto: esto ya no es una crónica generacional.
A continuación, Otis Redding y su excitante (I can't get no) Satisfaction.
5. ‘Blowin’ in the wind’ (Bob Dylan)
Así nació: Ah, la incontinencia creativa. Cuentan que aquel Bob Dylan de 19 años que pugnaba por hacerse el rey del Greenwich Village neoyorquino se ventiló la letra de Blowin’ in the wind en diez minutos y se limitó a tomar prestada una vieja canción de esclavos, No more auction block, para la parte musical. Eran los años en que Dylan apenas se concedía unas pocas horas de sueño “para que no se le escaparan” las ideas que bullían en su cabeza. Esta pieza de, en apariencia, filosofía oriental tántrica, pudo escucharse por vez primera en el club Gerde’s, el 19 de abril de 1962, y un mes más tarde se reprodujo (letra, melodía y progresión armónica) en la portada del mítico número 6 de la revista Broadside. Un alumno de la universidad de Nueva Jersey, Lorre Wyatt, compró aquella revista, tocó profusamente la canción con su banda estudiantil y en 1963, cuando se editó el disco The freewheelin’, hizo creer al semanario Newsweek que Dylan le había robado el tema.
Las mejores lecturas: Casi antes de que Bob publicara la canción, su representante, Albert Grossman, se la cedió al trío de folk vocal Peter, Paul & Mary, que en el verano de 1963 la llevaron al número 2 de las listas. Las versiones de corte folkie son casi innumerables, desde Pete Seeger a Judy Collins, el mítico Kingston Trio o los maravillosos The Seekers. Más de uno se llevará una agradable sorpresa si la escucha en la voz de la jovencísima Cher de All I really want to do, su disco folk-rock de 1965. Otro mozalbete de la época, de nombre Stevie Wonder, supo trasladar Blowin’ in the wind al primer puesto de las listas de rhythm and blues en el verano de 1966. Más recientemente, quien mayor partido rockero ha sabido extraerle a la canción es Neil Young con Crazy Horse, que dejaron una lectura rabiosa –con explosiones de bombas y disparos incluidos– en su doble directo Weld (1991).
Visiones insólitas: Confiésalo. En la comunión de algún sobrinito habrás tenido oportunidad de entonar aquello de “por este mundo que Cristo nos da / hacemos la ofrenda del pan. / El pan de nuestro trabajo sin fin / y el vino de nuestro cantar”. El mix parroquial de Blowin’ in the wind es fruto del poliédrico talento del periodista Ricardo Cantalapiedra, al que habrás leído en El País. En comparación con tan altos designios, apuntar que el clásico de Dylan también ha sido tratado de forma ligera por Trini López o masacrado en la consabida versión orquestal de Ray Conniff.
Aquí tenéis la explosiva interpretación de Neil Young:
6. ‘Johnny B. Goode’ (Chuck Berry)
Así nació: La canción que todo aspirante a estrella del rock ha tarareado alguna vez es esta pieza “más o menos autobiográfica” que en 1958 lanzó al estrellato a un graduado en maquillaje y peluquería de nombre Chuck Berry. El autor cambió “that little colored boy” (“ese pequeño chico de color”) por “country boy” (“chico de campo”) para llegar a un público más amplio. El nombre de Johnny era un homenaje al pianista Johnnie Johnson, con el que Chuck tocó en numerosas ocasiones durante los 50. En el año 2000, Johnson se querelló sin éxito contra Berry, reclamando que había sido el coautor de muchos de sus temas (incluido éste).
Las mejores lecturas: Keith Richards dijo: “Fue la primera canción de rock que escuché en mi vida”. Es lógico, por eso, que se introdujera en el repertorio de muchos grandes del género, desde los Beatles (fantástica lectura en las sesiones de la BBC) a Jerry Lee Lewis, Bill Haley, Grateful Dead, Al Kooper, los Stones, Hendrix o nuestros Burning. Johnny Halliday también la hizo suya en francés, como Johnny, reviens!
Visiones insólitas: Algunos de los chicos más pastoriles de las praderas americanas quisieron ganar pedigrí con esta canción, caso de los Carpenters o John Denver. Los aspavientos de estos angelotes por parecer rockeros aguerridos resultaban un tanto patéticos. Incluso el por entonces ídolo de jovencitas Leif Garrett grabó (1977) este himno.
Abajo, la versión de Leif Garrett acompañada de un montaje con fotos del ídolo adolescente. Tremendo.
7. ‘What a wonderful world’ (Bob Thiele/ George D. Weiss)
Así nació: La emocionante canción de Louis Armstrong se publicó en 1968 con el recelo del director de ABC Records, persuadido de que aquella “cursilada” no llegaría muy lejos. Armstrong accedió a percibir unos emolumentos muy discretos, 250 dólares, para asegurarse de que los músicos de la orquesta también cobrarían. La canción la habían escrito Bob Thiele –por entonces productor de Mingus, Coltrane o Charlie Haden– y George David Weiss, el mismo compositor que le entregó Can’t help falling in love a Elvis. Ninguno de los dos quiso reparar en el detalle de que ya existía un gran tema titulado (What a) wonderful world, ése de Sam Cooke que empieza “Don’t know much about history” y fue popular gracias a la tremenda escena de Único testigo, protagonizada por Harrison Ford. Pero este segundo Mundo maravilloso logró aún mayor popularidad.
Las mejores lecturas: Junto a la interpretación clásica de Louis Armstrong, cerca ya de su muerte, estremece la versión que la malograda Eva Cassidy registró en vivo en 1996, sometida a una fuerte medicación y sólo seis semanas antes de morir por un cáncer de piel con sólo 33 años. Casi nadie reparó en Cassidy durante su breve vida, pero en 2001 aparecía entre las 20 mejores voces de todos los tiempos en una macroencuesta de la BBC. Tony Bennett también grabó esta pieza con su elegancia característica.
Visiones insólitas: Una visión poética e idealizada sobre la vida cotidiana no parecería la materia prima más común para un bandarra tan ilustre como el difunto Joey Ramone, voz de los Ramones, pero gustaba de interpretarla en vivo, como atestigua su disco póstumo Don’t worry about me. El tema también se encuentra entre las rarezas discográficas de Nick Cave con sus indómitos Bad Seeds.
Os dejamos la versión de Joey Ramone:
8. ‘Ain’t no sunshine’ (Bill Withers)
Así nació: Tras nueve años en la marina y un trabajo en una fábrica de tazas de váter, Withers debutó a los 32 años, en 1972, con estos dos minutos de desolación que le inspiraron la visión de la película Días de vino y rosas (con Jack Lemmon haciendo de alcohólico). Producía Booker T. Jones, Stephen Stills tocaba la guitarra. Pero Ain’t no sunshine apareció en un principio como cara B de Harlem, una canción de la que hoy casi nadie se acuerda. Los pinchadiscos se encargaron de enmendar el error.
Las mejores lecturas: Pocos meses después de la original, la llevó a las listas de éxito Michael Jackson cuando aún era joven, negro y brillante. Ain’t no sunshine ha pasado también por otras manos no poco hábiles, desde Prince a Tom Jones, Paul McCartney o Sting.
Visiones insólitas: Con esa facilidad del hip- hop para fagocitarlo todo, el rapero DMX asaltó las calles en 2001 con un sampleado del original que tituló, sencillamente, No sunshine. Nada que ver con la visión bucólica que el dandi vaquero Kenny Rogers había propuesto un par de décadas antes.
Os dejamos la sorprendente versión del rapero DMX.
9. ‘Me and Bobby McGee’ (Kris Kristofferson)
Así nació: El galán Kris Kristofferson –que, entre sus múltiples conquistas, también había tenido un rollete con Janis Joplin– escribió este tema en 1970 a partir del nombre de una secretaria, Bobbi McKee, que trabajaba en las oficinas de su editorial. Se trataba de un relato liberador y romántico, una traducción country del espíritu de Jack Kerouac y su libro En el camino. Pero Bobby McGee no funcionó en su primera lectura, la de la estrella campestre Roger Miller, ni destacó en la que el propio Kristofferson registró en su debú discográfico, Kristofferson (1971). Hasta que llegó La Perla...
Las mejores lecturas: Janis Joplin hizo historia desde el otro barrio: su Me and Bobby McGee era el segundo número uno póstumo en la historia de la música popular, tras el (Sittin’ on) the dock of the bay, de Otis Redding. Su mérito había radicado en convertir a la salvaje, nómada y libérrima Bobby McGee en un verdadero álter ego. Jerry Lee Lewis también llegó al top 40 con este tema que conoció otras aproximaciones distinguidas (Johnny Cash, Chet Atkins, Waylon Jennings). Pero nada comparable a la volcánica furia blues-rock de la pobre Janis Joplin.
Visiones insólitas: Siete años antes de agitar las caderas al mundo como pareja de baile oficial de Travolta, una casi bisoña Olivia Newton-John intentaba hacerse hueco como baladista romántica y sentimental (que a veces puede ser sinónimo de ñoña). Ella encarnó a una Bobby McGee mucho más recatada para el disco If not for you, en el que también se incluían temas de The Band o Gordon Lightfoot. A descubrir…
Os dejamos la interpretación de Olivia Newton-John. No sabes sin amarla u odiarla.
10. ‘Killing me softly with his song’ (Lieberman/ Gimble/ Fox)
Así nació: Tras escuchar a Don McLean (ya sabes, el de American Pie) en el teatro Troubadour de Los Ángeles, la cantante Lori Lieberman se sintió fascinada y comenzó a escribir un poema titulado Suavemente me mata con su canción. De la música se acabaría encargando un equipo de probada solvencia, Norm Gimble y Charles Fox, los mismos del Oh, happy day. Lieberman estrenó el tema en un disco de 1971 que muy pocos padres guardarán en sus discotecas. Pero Roberta Flack descubrió la canción de marras en el hilo musical del avión, volando de Los Ángeles a Nueva York, y decidió ponerse manos a la obra. Era 1973.
Las mejores lecturas: La “versión universal” de Roberta Flack ocupó tres meses de intenso trabajo en el estudio. El esfuerzo se vería recompensado con tres premios Grammy. Casi al mismo tiempo, el refinado Johnny Mathis titulaba su nuevo disco Killing me softly with her song, con el cambio de género (his, masculino por her, femenino) pertinente para evitar suspicacias. La pieza revivió sus mejores días en 1996: número uno británico y estadounidense gracias al hip-hop ligero de los Fugees de Lauryn Hill.
Visiones insólitas: Como el titulito, la verdad, da mucho juego, el original de Lieberman, Fox y Gimble ha conocido adaptaciones más o menos pintorescas al español (Matándome suavemente, de los inenarrables Los Toros Band y la reciente versión pseudoflamenca de Pitingo) o al alemán, con el grupo Meine Grössten Erfolge y su Das lied meines lebens. Pero nada más irritante, a buen seguro, que escucharle la canción de marras a la mamá vegetariana y el hijo relamido que protagonizaban con Hugh Grant la peli aquélla de Érase una vez un padre (2002), sobre la novela de nuestro más musiquero novelista, Nick Hornby.
Aquí tenéis la aflamencada adaptación de Pitingo:
Así nació: De nuevo, nada como los brazos de Morfeo para esperar la llegada de la inspiración. Y de nuevo, el mítico 1965. En mitad de una noche de mayo, Keith Richards se despertó en el hotel Fort Harrison de Clearwater (Florida) con las palabras “can’t get no satisfaction” y el famoso acorde de guitarra en la cabeza. Resguardó la idea en una casete y luego siguió roncando. Jagger remataría la jugada con un texto rebelde e inconformista, crónica generacional de frustraciones sobre la vida moderna, la carretera, el sexo y los medios de comunicación. La combinación de música, letra y guitarra distorsionada era dinamita pura, pero Richards no las tenía todas consigo: sospechaba que su subsconciente onírico se había limitado a combinar el acorde de Dancing in the street (Martha & The Vandellas) con una línea del viejo tema 30 days, de Chuck Berry, que dice “I don’t get no satisfaction from the judge”. Por todo ello, Satisfaction sólo se publicó en un primer momento en Estados Unidos y tardó tres meses en llegar a las tiendas de Londres.
Las mejores lecturas: Sin duda, la más memorable es la que Otis Redding llevó al éxito a principios de 1966 con una rutilante sección de metales; curiosamente, la idea original de Keith Richards que el resto de los Stones se encargaron de abortar. Devo firmaron una espasmódica versión tecno-new wave en su disco Q: Are we not men? A: We are Devo! (1978), bajo la producción de Brian Eno. Y el punk sacó todo el partido a la furia del original, sobre todo en manos de The Residents, que la recrearon en un sencillo vanguardista de puro ruidoso.
Visiones insólitas: La inmensa cantidad de dinero que esta canción generó en derechos de autor a Jagger y Richards también ha tenido procedencias con tan poco pedigrí rockero como Samantha Fox, que la grabó en su debú (1987) en la clave disco-chis-pom de sus productores Aitken/Scott/Waterman. Y no ha sido la única rubia abducida por la canción: hace unos años, Britney Spears también la incluyó –vaya por Dios– en su disco Oops! I Did It Again. Pero la insatisfacción femenina más racial es morena y mexicana. Se trata de Alejandra Guzmán, la hija del rockero primigenio Enrique Guzmán, que en su disco Dame tu amor grabó Satisfacción con rimas como “no me doy por satisfecha / y no quiero consentir / que te burles tú de mí”, o “no me doy por satisfecha / que te planto es un hecho”. En efecto: esto ya no es una crónica generacional.
A continuación, Otis Redding y su excitante (I can't get no) Satisfaction.
5. ‘Blowin’ in the wind’ (Bob Dylan)
Así nació: Ah, la incontinencia creativa. Cuentan que aquel Bob Dylan de 19 años que pugnaba por hacerse el rey del Greenwich Village neoyorquino se ventiló la letra de Blowin’ in the wind en diez minutos y se limitó a tomar prestada una vieja canción de esclavos, No more auction block, para la parte musical. Eran los años en que Dylan apenas se concedía unas pocas horas de sueño “para que no se le escaparan” las ideas que bullían en su cabeza. Esta pieza de, en apariencia, filosofía oriental tántrica, pudo escucharse por vez primera en el club Gerde’s, el 19 de abril de 1962, y un mes más tarde se reprodujo (letra, melodía y progresión armónica) en la portada del mítico número 6 de la revista Broadside. Un alumno de la universidad de Nueva Jersey, Lorre Wyatt, compró aquella revista, tocó profusamente la canción con su banda estudiantil y en 1963, cuando se editó el disco The freewheelin’, hizo creer al semanario Newsweek que Dylan le había robado el tema.
Las mejores lecturas: Casi antes de que Bob publicara la canción, su representante, Albert Grossman, se la cedió al trío de folk vocal Peter, Paul & Mary, que en el verano de 1963 la llevaron al número 2 de las listas. Las versiones de corte folkie son casi innumerables, desde Pete Seeger a Judy Collins, el mítico Kingston Trio o los maravillosos The Seekers. Más de uno se llevará una agradable sorpresa si la escucha en la voz de la jovencísima Cher de All I really want to do, su disco folk-rock de 1965. Otro mozalbete de la época, de nombre Stevie Wonder, supo trasladar Blowin’ in the wind al primer puesto de las listas de rhythm and blues en el verano de 1966. Más recientemente, quien mayor partido rockero ha sabido extraerle a la canción es Neil Young con Crazy Horse, que dejaron una lectura rabiosa –con explosiones de bombas y disparos incluidos– en su doble directo Weld (1991).
Visiones insólitas: Confiésalo. En la comunión de algún sobrinito habrás tenido oportunidad de entonar aquello de “por este mundo que Cristo nos da / hacemos la ofrenda del pan. / El pan de nuestro trabajo sin fin / y el vino de nuestro cantar”. El mix parroquial de Blowin’ in the wind es fruto del poliédrico talento del periodista Ricardo Cantalapiedra, al que habrás leído en El País. En comparación con tan altos designios, apuntar que el clásico de Dylan también ha sido tratado de forma ligera por Trini López o masacrado en la consabida versión orquestal de Ray Conniff.
Aquí tenéis la explosiva interpretación de Neil Young:
6. ‘Johnny B. Goode’ (Chuck Berry)
Así nació: La canción que todo aspirante a estrella del rock ha tarareado alguna vez es esta pieza “más o menos autobiográfica” que en 1958 lanzó al estrellato a un graduado en maquillaje y peluquería de nombre Chuck Berry. El autor cambió “that little colored boy” (“ese pequeño chico de color”) por “country boy” (“chico de campo”) para llegar a un público más amplio. El nombre de Johnny era un homenaje al pianista Johnnie Johnson, con el que Chuck tocó en numerosas ocasiones durante los 50. En el año 2000, Johnson se querelló sin éxito contra Berry, reclamando que había sido el coautor de muchos de sus temas (incluido éste).
Las mejores lecturas: Keith Richards dijo: “Fue la primera canción de rock que escuché en mi vida”. Es lógico, por eso, que se introdujera en el repertorio de muchos grandes del género, desde los Beatles (fantástica lectura en las sesiones de la BBC) a Jerry Lee Lewis, Bill Haley, Grateful Dead, Al Kooper, los Stones, Hendrix o nuestros Burning. Johnny Halliday también la hizo suya en francés, como Johnny, reviens!
Visiones insólitas: Algunos de los chicos más pastoriles de las praderas americanas quisieron ganar pedigrí con esta canción, caso de los Carpenters o John Denver. Los aspavientos de estos angelotes por parecer rockeros aguerridos resultaban un tanto patéticos. Incluso el por entonces ídolo de jovencitas Leif Garrett grabó (1977) este himno.
Abajo, la versión de Leif Garrett acompañada de un montaje con fotos del ídolo adolescente. Tremendo.
7. ‘What a wonderful world’ (Bob Thiele/ George D. Weiss)
Así nació: La emocionante canción de Louis Armstrong se publicó en 1968 con el recelo del director de ABC Records, persuadido de que aquella “cursilada” no llegaría muy lejos. Armstrong accedió a percibir unos emolumentos muy discretos, 250 dólares, para asegurarse de que los músicos de la orquesta también cobrarían. La canción la habían escrito Bob Thiele –por entonces productor de Mingus, Coltrane o Charlie Haden– y George David Weiss, el mismo compositor que le entregó Can’t help falling in love a Elvis. Ninguno de los dos quiso reparar en el detalle de que ya existía un gran tema titulado (What a) wonderful world, ése de Sam Cooke que empieza “Don’t know much about history” y fue popular gracias a la tremenda escena de Único testigo, protagonizada por Harrison Ford. Pero este segundo Mundo maravilloso logró aún mayor popularidad.
Las mejores lecturas: Junto a la interpretación clásica de Louis Armstrong, cerca ya de su muerte, estremece la versión que la malograda Eva Cassidy registró en vivo en 1996, sometida a una fuerte medicación y sólo seis semanas antes de morir por un cáncer de piel con sólo 33 años. Casi nadie reparó en Cassidy durante su breve vida, pero en 2001 aparecía entre las 20 mejores voces de todos los tiempos en una macroencuesta de la BBC. Tony Bennett también grabó esta pieza con su elegancia característica.
Visiones insólitas: Una visión poética e idealizada sobre la vida cotidiana no parecería la materia prima más común para un bandarra tan ilustre como el difunto Joey Ramone, voz de los Ramones, pero gustaba de interpretarla en vivo, como atestigua su disco póstumo Don’t worry about me. El tema también se encuentra entre las rarezas discográficas de Nick Cave con sus indómitos Bad Seeds.
Os dejamos la versión de Joey Ramone:
8. ‘Ain’t no sunshine’ (Bill Withers)
Así nació: Tras nueve años en la marina y un trabajo en una fábrica de tazas de váter, Withers debutó a los 32 años, en 1972, con estos dos minutos de desolación que le inspiraron la visión de la película Días de vino y rosas (con Jack Lemmon haciendo de alcohólico). Producía Booker T. Jones, Stephen Stills tocaba la guitarra. Pero Ain’t no sunshine apareció en un principio como cara B de Harlem, una canción de la que hoy casi nadie se acuerda. Los pinchadiscos se encargaron de enmendar el error.
Las mejores lecturas: Pocos meses después de la original, la llevó a las listas de éxito Michael Jackson cuando aún era joven, negro y brillante. Ain’t no sunshine ha pasado también por otras manos no poco hábiles, desde Prince a Tom Jones, Paul McCartney o Sting.
Visiones insólitas: Con esa facilidad del hip- hop para fagocitarlo todo, el rapero DMX asaltó las calles en 2001 con un sampleado del original que tituló, sencillamente, No sunshine. Nada que ver con la visión bucólica que el dandi vaquero Kenny Rogers había propuesto un par de décadas antes.
Os dejamos la sorprendente versión del rapero DMX.
9. ‘Me and Bobby McGee’ (Kris Kristofferson)
Así nació: El galán Kris Kristofferson –que, entre sus múltiples conquistas, también había tenido un rollete con Janis Joplin– escribió este tema en 1970 a partir del nombre de una secretaria, Bobbi McKee, que trabajaba en las oficinas de su editorial. Se trataba de un relato liberador y romántico, una traducción country del espíritu de Jack Kerouac y su libro En el camino. Pero Bobby McGee no funcionó en su primera lectura, la de la estrella campestre Roger Miller, ni destacó en la que el propio Kristofferson registró en su debú discográfico, Kristofferson (1971). Hasta que llegó La Perla...
Las mejores lecturas: Janis Joplin hizo historia desde el otro barrio: su Me and Bobby McGee era el segundo número uno póstumo en la historia de la música popular, tras el (Sittin’ on) the dock of the bay, de Otis Redding. Su mérito había radicado en convertir a la salvaje, nómada y libérrima Bobby McGee en un verdadero álter ego. Jerry Lee Lewis también llegó al top 40 con este tema que conoció otras aproximaciones distinguidas (Johnny Cash, Chet Atkins, Waylon Jennings). Pero nada comparable a la volcánica furia blues-rock de la pobre Janis Joplin.
Visiones insólitas: Siete años antes de agitar las caderas al mundo como pareja de baile oficial de Travolta, una casi bisoña Olivia Newton-John intentaba hacerse hueco como baladista romántica y sentimental (que a veces puede ser sinónimo de ñoña). Ella encarnó a una Bobby McGee mucho más recatada para el disco If not for you, en el que también se incluían temas de The Band o Gordon Lightfoot. A descubrir…
Os dejamos la interpretación de Olivia Newton-John. No sabes sin amarla u odiarla.
10. ‘Killing me softly with his song’ (Lieberman/ Gimble/ Fox)
Así nació: Tras escuchar a Don McLean (ya sabes, el de American Pie) en el teatro Troubadour de Los Ángeles, la cantante Lori Lieberman se sintió fascinada y comenzó a escribir un poema titulado Suavemente me mata con su canción. De la música se acabaría encargando un equipo de probada solvencia, Norm Gimble y Charles Fox, los mismos del Oh, happy day. Lieberman estrenó el tema en un disco de 1971 que muy pocos padres guardarán en sus discotecas. Pero Roberta Flack descubrió la canción de marras en el hilo musical del avión, volando de Los Ángeles a Nueva York, y decidió ponerse manos a la obra. Era 1973.
Las mejores lecturas: La “versión universal” de Roberta Flack ocupó tres meses de intenso trabajo en el estudio. El esfuerzo se vería recompensado con tres premios Grammy. Casi al mismo tiempo, el refinado Johnny Mathis titulaba su nuevo disco Killing me softly with her song, con el cambio de género (his, masculino por her, femenino) pertinente para evitar suspicacias. La pieza revivió sus mejores días en 1996: número uno británico y estadounidense gracias al hip-hop ligero de los Fugees de Lauryn Hill.
Visiones insólitas: Como el titulito, la verdad, da mucho juego, el original de Lieberman, Fox y Gimble ha conocido adaptaciones más o menos pintorescas al español (Matándome suavemente, de los inenarrables Los Toros Band y la reciente versión pseudoflamenca de Pitingo) o al alemán, con el grupo Meine Grössten Erfolge y su Das lied meines lebens. Pero nada más irritante, a buen seguro, que escucharle la canción de marras a la mamá vegetariana y el hijo relamido que protagonizaban con Hugh Grant la peli aquélla de Érase una vez un padre (2002), sobre la novela de nuestro más musiquero novelista, Nick Hornby.
Aquí tenéis la aflamencada adaptación de Pitingo:
FUENTE: Rolling Stones
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